El caso de Verónica

El caso de Verónica

«Tan antiguo como amar es querer también contarlo.»

Y tan español es decir como temer el qué dirán. Sobre estas dos realidades oscila hoy un suceso, una muerte, en la que convergen muchas otras certezas y otras tantas incertidumbres: el velocísimo desarrollo tecnológico en ningún caso comparable al ritmo de asunción digital que demostramos los seres humanos, el exihibiconismo rampante desde que nos invadieron -invadimos- las redes sociales, las ya hace tiempo tecnosexualizadas relaciones sentimentales -apps para ligar, para consentir o romper, sexting, cibersexo- y una serie de consecuencias -linchamientos, pornovenganzas, ghostingorbiting– para las que, según los expertos, no estamos en absoluto preparados.

Verónica se suicidaba el pasado sábado después de que un vídeo de carácter sexual que ella misma grabó para enviárselo al que entonces era su pareja, además de compañero de trabajo, comenzará a saltar de móvil en móvil entre 2.500 empleados.

El tiempo pasó y no siguieron juntos pero sí en la misma empresa. Hasta que, según sospecha la propia compañía, este hombre, encaprichado de Verónica e incapaz de asumir su pérdida, comenzó a chantajearla con difundir el vídeo, amenaza que terminó cumpliendo. En verdad, ciertos elementos son conocidos: despecho, ira, en unos, regocijo social ante el ridículo de un ser humano, en otros, y finalmente vergüenza, infinito pudor, profundo sufrimiento en ella.

Lo que no está tan interiorizado es que, en estos tiempos tan impúdicos -«vivimos en la sociedad del impudor», decía el intelectual Fabrizio Andreella– no sólo deben preocuparnos las herramientas que niños y adolescentes tienen o no tienen ante una realidad vital en constante cambio y los riesgos que ésta conlleva.

«También los adultos, o las personas maduras, requieren ahora de cierta pedagogía sexual» que evite casos extremos como el de estos días, pero también muchos otros, y muy variados, sufrimientos relacionados con nuestra vida en red y con nuestras nuevas prácticas sexuales. Por lo pronto, seguimos reproduciendo consignas que ya no sirven, «el amor es para siempre, sí quiero, cuando eso no es más que una declaración de intenciones y una formulación de deseos».

Habla Diana Fernández Saro, sexóloga de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS), quien apunta que en esta nueva vida tecnológica, aunque «intentemos salvarnos con todas las fórmulas contractuales que están a nuestro alcance, apps de consentimientos, documentos, fotos, grabaciones de audio y vídeo, los casos de acoso y de pornovenganza tienen como base carencias en educación sexual y en valores, sobre todo en el respeto al otro en todas las formas de relación». Verónica no pudo ni reclamar su derecho al olvido porque su pasado digital se impuso y resquebrajó todos los pilares de su vida: el laboral, el personal, el sentimental, el familiar.

¿Hubiera sucedido lo mismo si la intimidad que salta de pantalla en pantalla es la de un hombre? Ésa es la pregunta que se hace el sexólogo Iván Rotella, que está convencido de que en el suceso acaecido en la empresa Iveco, en Madrid, «si se hubiera tratado de un hombre habría risas y le llamarían campeón». También está seguro de que la muerte de Verónica es una alarma más de «nuestra evidente sociedad machista». «No aguantó la presión, las críticas de sus compañeros, la dimensión… no debía tener herramientas, debía sentir miedo de convertirse en ‘la del vídeo’, porque eso es lo que iba a acabar siendo».

Cree Rotella que tal vez ha llegado el momento de hablar de «consentimiento digital» – «se podría hacer incluso legalmente, y reflejarlo en el contrato matrimonial»- de qué hacer, hablando en plata, con todo ese material picantón que albergamos entre tú y yo, si es que nos gusta jugar así. Y nos gusta, porque el porcentaje de españoles que practica cibersexo no deja de crecer. Rotella incorpora también la idea de «sentimientos y cuidados en lo real y en lo digital», y va más allá: «Con tu ex pareja, la distancia debe darse también en lo real y en lo digital».

HAY UNA FALTA DE EMPATÍA EN SUS COMPAÑEROS. EXISTE LA IDEA DE QUE EL VÍDEO QUE SE DIFUNDE LA CONVIERTE EN UNA ‘GUARRA’.

Fuente: https://www.elmundo.es /papel/historias/2019/05/30/5ceed45221efa091158b45b0.html

Imagen de Arek Socha en Pixabay 



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