8-M: por la dignidad de las mujeres cuidadoras

8-M: por la dignidad de las mujeres cuidadoras

Cada 8-M, Día Internacional de la Mujer, salimos a las calles uniendo nuestras voces para reclamar la igualdad de derechos, libertades y oportunidades entre mujeres y hombres. Sin embargo, con demasiada frecuencia, obviamos a colectivos tan esenciales como el de las personas cuidadoras.

Las desigualdades de género se hacen especialmente evidentes en este ámbito, en el que los cuidados recaen principalmente sobre las mujeres. Entre el 86 y 92 % de las personas cuidadoras en España son mujeres (Consejo Español para la Defensa de la Discapacidad y la Dependencia, CEDDD) y 42 % de las prestaciones del SAAD de la LAPAD son cuidadoras familiares, siendo mujeres mayoritariamente quienes realizan este trabajo sin contraprestación. Un escenario en el que las mujeres de la familia tienden a anteponer su trayectoria profesional, autonomía económica, vida social, bienestar físico y emocional, para asistir a personas dependientes que necesitan cuidados y apoyos para realizar las actividades básicas de la vida. Sacrificios imperceptibles para la sociedad, pero que generan un desgaste emocional y físico muy elevado, además de empobrecimiento ya que asumen muchos roles en uno.

Cruciales e invisibles para la sociedad

La realidad es que juegan un papel esencial en la sociedad, atendiendo y cuidando de personas dependientes. En muchos casos, también se enfrentan a un mercado laboral inclemente, llevando la carga de sus hogares (la corresponsabilidad en estas tareas es exigua) y el peso de la crianza de sus hijos. Según el Instituto Europeo para la Igualdad de Género, factores como la penalización de la maternidad, la concentración de las mujeres en sectores de bajos ingresos y la brecha salarial solo se pueden comprender plenamente en el contexto de un sistema que sigue asignando a las mujeres la responsabilidad del cuidado (Informe Oxfam Intermón, 2023). Y, sin embargo, todas estas renuncias las dejan, en muchos casos, económicamente aisladas; con una sobrecarga física y emocional que lastra su propia salud.

Un esfuerzo y sacrificio que también supone un ahorro significativo a las arcas públicas. Más del 63 % de las cuidadoras no remuneradas son mujeres (INE, 2023). En la jornada ‘Cuidadoras principales: ¿y si no existiéramos?’, organizada por CEDDD, se expuso que el valor del trabajo de cuidados en casa «equivale al 3 o 4 % del Producto Interior Bruto (PIB)»; es decir, 46.000 millones de euros.

Las mujeres cuidadoras se encuentran ante situaciones de inseguridad por falta de recursos para realizar el trabajo con garantías, y en riesgo de exclusión. Una vida dedicada a asistir a otros que suele restringir su libertad y posibilidades de crecimiento profesional y personal. En muchos casos, se ven obligadas a dejar sus profesiones para dedicarse en exclusiva al cuidado de sus familiares o se enfrentan a empleos precarios. A esto se suma la dificultad añadida de reincorporarse al mercado laboral, ya que la media de edad supera los 45 años. Este paso las deja socialmente aisladas y económicamente vulnerables. La mayoría de las mujeres cuidadoras de la familia carecen de ingresos propios y las ayudas que reciben son escasas. Una situación que deriva en la dependencia económica y la subsiguiente brecha en las pensiones (EAPN).

Violencia de género imperceptible

Rompamos tabúes: entre las cuidadoras mayores también existen episodios de violencia de género. Una violencia estructural que está ampliamente asociada al machismo y al edadismo. Supone un contexto difícil de abordar, ya que muchas mujeres mayores no se ven reflejadas en el papel de víctimas. Aspectos sociales y culturales las empujan a no denunciar, ni a escapar de estas situaciones de maltrato. Demasiadas veces se encuentran subyugadas a la dependencia económica, otra forma más de violencia que se ejerce sobre las mujeres.

La otra cara del espejo es la percepción social, que también dificulta la visibilización de esta problemática, cerrando las compuertas a que busquen una salida y reciban ayuda. Por ello, se hace imprescindible generar un debate abierto que sensibilice a la sociedad para emprender acciones de cambio.

Combatir la brecha salarial

Fruto de un modelo económico sexista, un formato que alimenta determinados estereotipos de género, se cae en lo que se conoce como socialización de género, atribuyendo el cuidado de una persona dependiente a las mujeres. Ideas preconcebidas que las encaminan a ejercer un rol determinado en una suerte de responsabilidad moral y obligación por género.

Recientemente se ha formulado una reforma de la Ley 39/2006 de atención a la Dependencia. Un texto que plantea la ampliación de servicios y recursos. No obstante, no figura ningún apartado que refleje una contraprestación económica privada por el trabajo que efectúan las personas cuidadoras del ámbito familiar, ni condiciona a que está se produzca para acceder a dicha prestación. Implica una oportunidad que no puede ser perdida para frenar la brecha salarial, resarcir y dignificar la contribución a la sociedad de las mujeres cuidadoras. El Congreso tiene la última palabra, y ante los representantes sociales en el Consejo Económico y Social (CES), también pueden influir en esta decisión.

La solidaridad intergeneracional como motor de cambio

Hablemos claro. ¿Qué ocurre cuando has dedicado la mayor parte de tu vida a cuidar de personas dependientes, abstrayendo tu vida laboral y personal al servicio de otros? ¿Quién vela por ellas? Como sociedad cerramos los ojos ante estas coyunturas; pero, ¿cómo podemos subsanar estas injusticias sociales?

El 8-M es una fecha para reivindicar derechos y espacios. También es un día para construir en comunidad, desde el compromiso colectivo, empoderando y garantizando las mismas oportunidades, sin dejar a nadie atrás. Es una ocasión para sacar de las sombras a colectivos invisibilizados y darles un altavoz para combatir y reparar las desigualdades.

Es una fecha clave para visibilizar y reconocer el trabajo inestimable que realizan las mujeres cuidadoras, honrando su contribución a la sociedad y pugnando por garantizar sus derechos y mejorar su bienestar en igualdad. Persigamos la justicia social mediante un reparto equitativo de la riqueza y la solidaridad intergeneracional. La raíz de una ciudadanía libre e igualitaria está en cada una de nosotras. Sembremos un futuro de dignidad y hermandad para hacer florecer una sociedad más justa y equitativa.