03 Ago Los cuidados a mayores dependientes y la participación laboral de las mujeres.
El envejecimiento de nuestras poblaciones y las necesidades de cuidado están atravesados por la desigualdad entre hombres y mujeres. La carga de estos cuidados, ya sean dentro de la familia o a través de las alternativas de mercado, recae particularmente sobre las espaldas de las mujeres con menos ingresos. Las políticas públicas dirigidas a atender el número creciente de mayores dependientes deben apoyar la transformación de los sistemas tradicionales de cuidados teniendo en cuenta estas desigualdades persistentes.
Lidia Brun
El aumento de la participación femenina en el mercado laboral ha sido uno de los símbolos más palpables del progreso social de las últimas décadas. A pesar de ello, las normas y prácticas sociales perpetúan un sistema tradicional de cuidados en el que las necesidades de atención de personas dependientes son asumidas de forma altruista por parte de las mujeres de la familia. Paralelamente, la reducción de las tasas de natalidad y el aumento de la esperanza de vida en los países avanzados está aumentando rápidamente el número de personas mayores dependientes. Estas nuevas necesidades de cuidado tienen un impacto sobre la participación de las mujeres en el mercado laboral, que afecta desde sus ingresos y la acumulación de derechos pensionables, hasta su bienestar físico y emocional.
En una investigación en curso, mis colegas Seçil Akin, Ignacio González, Aina Puig y yo estudiamos el impacto del envejecimiento de la población y la necesidad de cuidados que genera sobre la oferta laboral de las mujeres en Corea. Como muestra la figura 1, Corea del Sur y España han vivido transformaciones socioeconómicas parecidas en el último medio siglo. Ambos eran países empobrecidos a mitad del siglo pasado, y han vivido un aumento sostenido del PIB per cápita desde entonces, aunque en España parece estancado desde la Gran Crisis Financiera (panel izquierdo). La tasa de actividad femenina partía de niveles muy bajos, particularmente en España, y ha ido creciendo hasta situarse por encima del 50% en ambos países (panel medio). Finalmente, ambos países acusan el envejecimiento de su población (panel derecho). En un trabajo relacionado, Laura Crespo y Pedro Mira (2014) estudian el efecto del cuidado informal a mayores dependientes sobre la participación laboral de las mujeres, y encuentran efectos significativos en Europa del Sur, particularmente para hijas de mayores con enfermedades asociadas a la vejez.
Las necesidades de cuidado de mayores dependientes emergen aproximadamente en la segunda mitad de la vida laboral adulta. En la muestra de datos con la que trabajamos, se pregunta a las personas encuestadas por la situación de sus progenitores. En el panel izquierdo de la figura 2, vemos como cuanto más joven es la persona, más probable es que responda que sus padres están vivos y son autónomos (franja rosa). Cuanto más mayor es la persona, más probable es que responda que sus padres han fallecido (franja verde). Sin embargo, hay una tercera posibilidad que adquiere importancia entre los 40 y los 60 años de edad, en la que los padres viven y necesitan cuidados (franja azul oscuro).
El panel derecho desagrega esta tercera respuesta en función de quién provee esos cuidados. Este gráfico muestra la prevalencia de las normas sociales en Corea, donde la responsabilidad de cuidar a los padres mayores dependientes suele recaer sobre el varón primogénito. Del 22% de personas encuestadas de 50 años que responden que sus padres reciben cuidados, más de la mitad de estos padres son cuidados por el hijo mayor y su esposa, seguido de otro hijo y su esposa, y en menor medida las hijas o todos los hijos e hijas juntos. Como revela el análisis econométrico, la respuesta formal de que los padres son cuidados por el hijo mayor y su esposa acaba significando en la práctica que es la esposa la persona sobre la que recaen mayoritariamente las responsabilidades del cuidado de los suegros dependientes.
Si observamos la actividad principal de las personas encuestadas por sexo y edad, vemos que el patrón laboral de los hombres sigue una forma de campana. Entre los 20 y los 30 años se produce la incorporación masiva de hombres jóvenes en el mercado laboral. El panel izquierdo de la figura 3 muestra cómo menos del 10% de los hombres de 20 años trabaja, mientras que a los 30 años trabajan aproximadamente el 90% de ellos. Este porcentaje se mantiene muy elevado hasta los 60 años, y a partir de ahí la dinámica de jubilación empieza a reducirse paulatinamente (la jubilación en Corea se produce en muchos casos más allá de la edad oficial, a los 65 años). Cuando los hombres no trabajan, generalmente estudian cuando son jóvenes, o no hacen nada cuando son mayores.
El patrón de actividad principal de las mujeres a lo largo de la vida (panel derecho) es radicalmente diferente. También se observa una forma de campana, si sumamos todos los tipos de trabajo, formal e informal. Sin embargo, esta campana se divide entre trabajo formal (azul), trabajo de cuidados (verde oscuro y verde claro) y bajas por maternidad (amarillo fuerte). Esta campana es más ancha que la campana de los hombres, dado que las mujeres alargan su trabajo de cuidados mucho más allá de la edad de jubilación. El patrón de trabajo formal de las mujeres (azul) sigue una forma de M, con el valle entre los dos picos explicado principalmente por el impacto de la maternidad (amarillo fuerte).
Las dos franjas verdes representan actividades de cuidado del hogar y de personas dependientes que pueden interferir en la decisión de las mujeres de participar en el mercado laboral. Para un elevado porcentaje de mujeres (verde claro), esta responsabilidad de cuidados implica el abandono del mercado laboral, es decir que ajustan su oferta laboral en el margen extensivo: trabajar o no trabajar. Pero para un porcentaje no menor (verde oscuro), el trabajo formal se compatibiliza con el de cuidados, impactando en el margen intensivo (cuánto trabajar). Esto indica que para entender el impacto de la responsabilidad de cuidados en la oferta laboral de las mujeres debemos tener en cuenta tanto la decisión de trabajar o no, como el número de horas trabajadas.
La figura 4 muestra estas dos variables de interés, es decir, la participación en el mercado laboral y el número de horas trabajadas, por sexo y por edad. En cuanto a la tasa de actividad laboral (panel izquierdo), el gráfico reproduce las dos curvas ya observadas en el gráfico anterior, en forma de campana para los hombres, y en forma de M para las mujeres. A pesar de que hay una recuperación de la actividad formal después de la maternidad, la tasa de actividad de las mujeres nunca llega a alcanzar la de los hombres, y empieza a decrecer antes de los 50, siendo un indicio de la intensificación de las responsabilidades de cuidado que apuntaba la figura 2. En el caso de las horas trabajadas (panel derecho), el impacto de la maternidad también abre una brecha entre las jornadas de hombres y mujeres que empieza a cerrarse a partir de los 30 años y llega casi a converger alrededor de los 50, para abrirse de nuevo antes de llegar a los 60.
En nuestro análisis econométrico, encontramos que el impacto de las responsabilidades de cuidado sobre la decisión de las mujeres de trabajar o no (margen extensivo) se suele producir en edades más tempranas, con un pico entre los 45 y los 50 años. Por otro lado, cuando las mujeres están más cerca de la edad de jubilación, a partir de los 55, el impacto de la responsabilidad de cuidados es mayor sobre el número de horas trabajadas (margen intensivo). También tenemos evidencia de que los hombres sobre los que recaen responsabilidades de cuidado suelen ajustar mucho más en el margen intensivo, reduciendo sus horas de trabajo, que en el margen extensivo, dejando de participar del todo en el mercado laboral.
En el caso de las mujeres, los resultados preliminares muestran que la responsabilidad de cuidar, que medimos de forma binaria en función de si las encuestadas responden si cuidan de los suegros o no, está asociada con una reducción del 5% en la probabilidad de participar en el mercado laboral y, si trabajan, con unas 3 horas y media menos de trabajo a la semana. Los efectos no son significativos para los hombres que dicen cuidar a sus padres. También observamos si se producen transferencias entre padres e hijos. Curiosamente, el apoyo financiero o material a padres o suegros se asocia con un menor número de horas trabajadas para las mujeres, y con una participación laboral más elevada en el caso de los hombres.
Finalmente, nos preguntamos si las responsabilidades de cuidado tienen un impacto heterogéneo sobre la participación laboral de mujeres de diferentes características. En concreto, buscamos medir si el estatus socioeconómico produce una respuesta diferencial de la oferta laboral femenina cuando emergen las necesidades de cuidado de los mayores dependientes. En este sentido, la teoría predice dos canales que apuntan en direcciones opuestas. Por un lado, el coste de adquirir cuidado formal en el mercado (por ejemplo, pagando una residencia de ancianos o contratando a una persona para que cuide en casa) es elevado, y esto puede suscitar en las familias la necesidad de trabajar más para cubrir ese coste. Por otro lado, los salarios que ganan las mujeres en las familias de ingresos más bajos pueden ser inferiores a los costes del cuidado, empujándolas a abandonar sus empleos ante el balance de costes y beneficios. Nuestros resultados preliminares indican que el impacto negativo de la responsabilidad de cuidados sobre la participación laboral es mucho más elevado y significativo sobre las mujeres de clase trabajadora y clase media-baja.
Como todos los fenómenos sociales, el envejecimiento de nuestras poblaciones y las necesidades de cuidado que generan están atravesados por la desigualdad. En el caso de las personas que cuidan a mayores dependientes, la desigualdad entre hombres y mujeres sigue siendo patente, a pesar de la reducción en la brecha salarial y del aumento de la participación laboral de las mujeres. Además, la carga de estos cuidados, ya sean los cuidados informales directos dentro de la familia o los cuidados formales indirectos a través de las alternativas de mercado, recae particularmente sobre las espaldas de las mujeres con menos ingresos. Las políticas públicas dirigidas a atender el número creciente de mayores dependientes deben apoyar la transformación de los sistemas tradicionales de cuidados teniendo en cuenta estas desigualdades persistentes. Sólo así podremos repartir los costes del envejecimiento de la población de manera justa.