06 Abr «La depresión infanto-juvenil no sólo podría aumentar, sino presentar una mayor persistencia».
Según los expertos, la enfermedad suele quedar enmascarada detrás de otros diagnósticos comunes en la infancia y adolescencia.
S.F
Los expertos de RECURRA-GINSO, un programa que ofrece apoyo a las familias en situación de conflicto con sus hijos e hijas adolescentes, han reflexionado acerca de la depresión infanto-juvenil, detectando que continúa siendo una enfermedad infradiagnosticada, ya que suele quedar enmascarada detrás de otras patologías comunes a estas edades. En este sentido, el programa señala de vital importancia plantear una estrategia común para el diagnóstico, tratamiento y seguimiento, así como para la formación y sensibilidad de los profesionales.
La psicoeducación, clave para derribar el mito de que la depresión es sólo «cosa de adultos». «Hasta hace relativamente poco, no se contemplaba la posibilidad de que un trastorno depresivo se pudiera manifestar en los niños o adolescentes. Todo esto ha hecho muy difícil difundir y comprender este fenómeno a escala social y, en concreto, dentro de las familias», explica Eduardo Atarés, psicólogo general sanitario y director del Centro Terapéutico RECURRA-GINSO.
Los expertos en salud infanto-juvenil subrayan que a la hora de abordar la depresión infanto-juvenil con éxito, una parte fundamental del trabajo terapéutico que realizan con los padres tanto en la Clínica como en el Centro Terapéutico es el área de la psicoeducación: «Es hacerles comprender que no se trata de algo que dependa de la edad de su hijo, sino de una serie de factores que pueden aumentar el riesgo de que aparezca y en cómo han podido influir cada uno de dichos elementos», explica.
«Lo que solemos encontrar son los dos polos; es decir, o padres que no dan importancia al diagnóstico de sus hijos, o padres que le dan demasiada y justifican todo desde la enfermedad», señala el experto. RECURRA-GINSO ha observado que ambas posturas extremas están relacionadas con la capacidad de introspección de los padres hacia sí mismos, planteándose o no la posibilidad de poder adquirir responsabilidad personal en la búsqueda de soluciones, así como en el manejo del problema.
¿Y qué es lo que puede causar una depresión a edades tan tempranas? Entre las causas que se han determinado, hay factores genéticos, biológicos, ambientales y personales. Con respecto a los genéticos, los antecedentes de depresión en alguno de los progenitores aumentan el riesgo de padecer depresión en la infancia y/o adolescencia. Junto a estos, los elementos biológicos que podrían desencadenar la enfermedad tienen que ver con neurotransmisores como la serotonina y hormonas como el cortisol.
Asimismo, entre los factores ambientales, están las experiencias de pérdidas, estrés, soledad, cambios en el estilo de vida, problemas escolares o con amigos y traumas. En lo referente a las características individuales, se incluyen altos niveles de ansiedad, una baja autoestima, distorsiones cognitivas, un bajo rendimiento académico y deficientes habilidades sociales.
«Es por ello que la depresión es el resultado de la combinación de varios factores, siendo única en cada caso. Por ejemplo, no todos los niños que viven un evento traumático desarrollan una depresión, ni todos los niños que padecen una depresión han sufrido un evento traumático o estresante», clarifica el experto.
La enfermedad invisible: cómo detectarla
«Nuestro pronóstico es que se trata de un trastorno que probablemente aumentará su incidencia en la población infanto-juvenil, teniendo en cuenta, además, la vulnerabilidad que la pandemia está generando en toda la sociedad. Si no se diagnostica y aborda adecuadamente, puede haber una mayor persistencia en la enfermedad, dando lugar a una mayor duración de los episodios depresivos y del número de recaídas», apunta.
RECURRA-GINSO señala que hay que prestar atención a un conjunto de síntomas que suelen observar tanto en terapia ambulatoria como residencial: un estado de ánimo irritable, la pérdida de interés o placer, el aislamiento social, problemas de conducta y/o disciplina, una baja autoestima, el sentimiento de que no vale nada, dificultad para concentrarse, un llanto frecuente, subidas o bajadas de peso, trastornos del sueño y conductas autolíticas, entre otros.
«Lo más eficaz es abordar la enfermedad desde una perspectiva integral; es decir, con terapia individual, sesiones de psicoeducación con los padres y terapia familiar. En la Clínica y en el Centro Terapéutico lo que hacemos, por ejemplo, es basar la intervención individual en la modificación de ciertas conductas disfuncionales y centrar la terapia familiar en la comunicación y reconstrucción de las relaciones paternofiliales», explica el experto.
De igual manera, los expertos del programa recomiendan a los padres que traten de manejar el refuerzo positivo en el día a día, identificar qué tipo de mensajes pueden darse ante sentimientos de culpabilidad o qué factores del entorno familiar pueden controlarse para favorecer la seguridad en sus hijos.