El impacto persistente de la crisis económica en la pobreza infantil

El impacto persistente de la crisis económica en la pobreza infantil

Sara Ayllón, Departamento de Economía, Universitat de Girona

Observatorio Social La Caixa

La pobreza durante la infancia tiene consecuencias a lo largo de toda la vida. A menudo va acompañada de privaciones materiales, de falta de oportunidades educativas y de ocio, y de una fuerte estigmatización. La recesión económica que se inició en 2008 tuvo consecuencias dramáticas para los niños y agravó una situación que ya era muy preocupante antes de la crisis. El bienestar de los niños empeoró especialmente de 2008 a 2014 y, a pesar de la leve mejora en estos últimos años, las tasas de pobreza infantil son todavía hoy de las más altas de Europa.

1. Pobreza relativa y pobreza anclada

El enfoque que se ha utilizado tradicionalmente para analizar la pobreza es el de la pobreza relativa, la cual contempla los recursos económicos de los que dispone un individuo en relación con el nivel de vida de la sociedad en la que vive. Esta aproximación considera pobres a las per­sonas que viven en un hogar con una renta inferior al 60% de la renta mediana equivalente (teniendo en cuenta también el número y la edad de los miembros del hogar).

Si utilizamos esta aproximación relativa a la medida de la pobreza (grá­fico 1), observaremos que de 2008 a 2013 la tasa de pobreza infantil se mantuvo bastante estable, y aumentó ligeramente de 2013 a 2014. La tasa de pobreza ya era muy alta desde antes del inicio de la crisis eco­nómica. Así, el repunte de la pobreza del año 2014 implicó que el 30,2% de los niños en España estuvieran por debajo del umbral de la pobreza, mientras que para la población general este porcentaje era del 22,1%. Posteriormente, entre 2015 y 2017, pese al crecimiento de la economía, la tasa de pobreza infantil disminuyó muy poco y se estabilizó en torno al 29%. El año 2018 apunta una ligera mejora, pero habrá que ver si esta tendencia se confirma en el futuro.

Los resultados son aún más preocupantes si analizamos los datos de la pobreza anclada (gráfico 2). Esta medida refleja mejor el empobreci­miento de la sociedad durante un período de crisis; se calcula anclando el umbral de la pobreza en un momento del tiempo (en este caso, el año 2008) y actualizándolo con la evolución de los precios para tener en cuenta los posibles cambios en el coste de la vida (Ayllón, 2015, 2017). A diferencia de la medida de la pobreza relativa, con esta aproximación el umbral de pobreza no disminuye a lo largo del tiempo aunque las rentas del conjunto de la población sí lo hagan.

2. La estrecha relación entre pobreza infantil y mercado de trabajo

La crisis económica no afectó de la misma manera a todos los niños. La relación de los progenitores con el mercado de trabajo y la composición de la estructura familiar son dos de los factores principales que explican el riesgo de pobreza durante los primeros años de vida.

Una manera de evaluar el impacto de la crisis sobre el bienestar infantil consiste en analizar el número de niños y niñas que viven en hogares con una baja intensidad laboral. Los miembros de estos hogares tra­bajan menos de un 20% de su potencial y, por tanto, casi no tienen in­gresos provenientes del mercado de trabajo. Hay una estrecha relación entre vivir en un hogar con una baja intensidad laboral y sufrir pobreza infantil. Esta relación, sin embargo, no es únicamente consecuencia de la crisis económica: en el año 2008, el 71,7% de los niños que vivían en hogares con baja intensidad laboral eran pobres. Esta circunstancia es una muestra de la desprotección que sufren los menores cuando viven en hogares con baja intensidad laboral, incluso en épocas de bonanza económica.

En 2008, el 7,2% de los adultos y el 4,2% de los niños vivían en hogares con una baja intensidad laboral (gráfico 3). A partir de aquel momento, y debido al aumento del paro, se incrementó también el riesgo de vivir en un hogar de este tipo, hasta llegar al punto máximo en 2014, cuando un 14,3% de los menores vivían en esta situación. Durante la crisis económica también se intensificó la relación entre pobreza infantil y hogares con baja intensidad laboral (gráfico 4). Ya a partir de 2011, ocho de cada diez niños que vivían en hogares con baja intensidad laboral eran pobres. Aunque desde el año 2014 ha disminuido el porcentaje de niños que viven en hogares con baja intensidad laboral, sucede lo mismo que con los datos sobre la pobreza anclada: las cifras todavía son superiores a las de la situación anterior a la crisis. Lo más  preocupante es que en los últimos años del período analizado se ha intensificado la relación entre pobreza infantil y hogares con baja intensidad laboral, de modo que prácticamente casi nueve de cada diez niños que viven en un hogar con baja intensidad laboral son pobres.

El riesgo de pobreza infantil varía según la composición del hogar fami­liar y si los progenitores tienen trabajo o no (gráfico 5). El mayor riesgo lo sufren los niños que, o bien viven en hogares monoparentales en los que el padre o la madre no trabaja, o bien viven con ambos progenitores y ninguno de los dos trabaja. Es especialmente grave la condición eco­nómica de los niños que conviven con ambos progenitores sin trabajo, una situación que, a pesar del crecimiento de la economía en los últimos años, ha empeorado. En 2018 eran pobres ocho de cada diez menores que convivían con ambos padres y ninguno de los dos trabajaba (en 2008 eran siete de cada diez).

Los niños con más protección son los que viven con los dos progeni­tores y los dos trabajan. Pero cuando solo uno de los dos tiene trabajo, vivir con ambos progenitores no garantiza necesariamente una vida digna, ya que, como hemos visto al inicio del período estudiado, más de tres de cada diez niños en esta situación vivían bajo el umbral de la pobreza. La situación de este grupo apenas ha mejorado en los últimos años: en 2018 más del 40% de los niños pertenecientes a este tipo de hogar vivían en la pobreza.

Los niños de familias numerosas tienen un riesgo de pobreza muy ele­vado, especialmente si solo hay un progenitor en el hogar, pero es la situación de los hogares monoparentales con un único hijo la que más ha empeorado en los últimos diez años (gráfico 6).

3. La privación material afecta a un gran número de niños

Los resultados sobre pobreza económica, que solo tienen en cuenta los ingresos, se pueden complementar observando la evolución de diversos indicadores sobre privación material. Estos indicadores incluyen una perspectiva multidimensional y consideran, por ejemplo, el acceso a diversos bienes o la capacidad de tener una vivienda en condiciones mínimas. La tabla 1 muestra el porcentaje de niños en cada uno de los diversos indicadores de privación material.

Tal como recoge esta tabla, hay un porcentaje muy alto de niños que todavía hoy sufren carencias importantes. En el período 2015-2018 el 3,4% de los niños vivían en hogares que no se pueden permitir una comida con carne o pescado cada dos días; el 10,3% vivían en hogares que no pueden mantener la casa a una temperatura confortable, y el 16,3% tenían muchas dificultades para llegar a final de mes, entre otras. Estas privaciones dejarán una huella en el desarrollo de estos niños que perdurará a lo largo de sus vidas (Ermisch et al., 2012).



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